El monte
ribereño
Este tipo de bosque se ubica acompañando
los principales espejos de agua del país y se desarrolla tanto en las márgenes
de los cursos de agua, como en las de las lagunas e islas vinculadas a los
mismos. En el caso específico de los cursos de agua y lagunas del este del
litoral sur, el bosque desaparece a medida que aumenta la salinidad, por lo que
en su desembocadura en el océano se encuentran desprovistos de árboles.
El ancho del monte a ambos lados de los
cursos de agua parece guardar relación directa con el relieve del terreno, que
determina a su vez el área de inundación de la cuenca. En general, los montes
que se ubican en llanuras de inundación amplias (como el caso del río
Cebollatí) tienen un ancho considerable, que puede llegar a varios cientos de
metros, en tanto que aquellos ubicados en ríos más encajonados tienden a ser de
un ancho de cien o menos metros. Igualmente, el ancho de los montes en general
es mayor en los sitios en que un curso de agua desemboca en otro y el caso más
notorio es el del llamado Rincón de los Gauchos, donde se unen los ríos Queguay
Grande y Queguay Chico, dando lugar a uno de los montes más extensos del país.
A su vez, existen importantes diferencias
entre los montes ribereños del noreste y noroeste con los del centro y sur del
país, donde los primeros se caracterizan por la presencia de especies de gran
talla y de una fauna más diversa y abundante. Ello se debe a que muchas de esas
especies vegetales y animales parecen alcanzar allí el límite sur de su dispersión,
a lo que se suma una menor presencia humana que en los más poblados centro y
sur.
La vegetación arbórea y arbustiva de este
tipo de monte se desarrolla en general siguiendo un patrón similar, determinado
en primer lugar por las necesidades hídricas de cada especie, a lo que se suman
además sus necesidades edáficas (de suelo) y lumínicas.
En términos generales, el monte se
dispone en tres franjas paralelas al curso de agua. Contra el margen se
establecen aquellas con mayores requerimientos hídricos, tales como sarandíes,
sauces, mataojos. Estas especies juegan un papel esencial en la conservación
del curso de agua. Por un lado, protegen a las márgenes de la erosión,
fijándolas con sus raíces y protegiéndolas en las inundaciones con su ramaje.
Por otro lado, algunas de ellas (en particular los sarandíes) contribuyen a
disminuir la velocidad del agua, con lo cual también ayudan a la conservación
de la cuenca.
En la franja intermedia del monte se
ubican aquellas especies con requerimientos hídricos menores a las anteriores,
pero que a su vez no se adaptan a condiciones de sequía o a condiciones
extremas de temperatura. Si bien muchas de ellas requieren bastante
luminosidad, la mayoría se adapta al ambiente sombrío del monte durante su
etapa juvenil y sólo llega al estrato superior en su estado adulto. La
composición de especies varía bastante de un lugar a otro, pero es aquí donde
en general se encuentran las especies de mayor porte como los laureles, azoita
cavalo, tarumán, tembetarí, etc.
Finalmente, contra el borde exterior del
monte se instalan las especies mejor adaptadas a resistir los extremos de
temperatura, los vientos y la escasez de agua, que en general requieren a su
vez de un nivel elevado de luminosidad. Entre las especies típicas se
encuentran los molles, arueras, canelones.
Pese a lo antedicho, en muchos montes del
país suele ocurrir que tanto contra el margen del curso de agua como en la zona
externa del monte se encuentren las especies típicas de la zona intermedia.
Ello no es un hecho fortuito, sino el resultado de la acción humana, que ha
provocado cambios profundos en el régimen de muchos cursos de agua del país.
Como resultado, las barrancas han sido erosionadas por las aguas, determinando
la desaparición de las especies que allí se ubicaban, por lo que las de la zona
intermedia han quedado contra el margen. En la zona externa, tanto las
actividades de tala como el afán de agrandar los campos han significado la
desaparición de la franja externa, por lo que también aquí las especies de la
zona intermedia han quedado como límite externo del monte.
El
monte serrano
En cuanto a extensión, el monte serrano
es la segunda formación boscosa de importancia en el país luego del monte
ribereño. Se trata de una formación que se desarrolla en áreas predregosas que
incluyen cerros, sierras y asperezas, normalmente asociados a cursos de agua y
manantiales.
Si bien es un tipo de monte muy
modificado por el ser humano, normalmente se caracteriza por una vegetación
relativamente alta en las faldas, que va disminuyendo en altura a medida que
asciende, siendo sus árboles sustituidos por arbustos al aproximarse a la cima,
normalmente ocupada por vegetación herbácea. Si bien en la actualidad es un
monte relativamente bajo, es necesario remarcar que esa no es una característica
típica del monte, sino el resultado de las actividades de corta llevadas a cabo
desde hace muchos años. Por ejemplo, en los actuales montes achaparrados de la
zona de Pan de Azúcar antiguamente se podía transitar bajo los mismos a
caballo, según aseguran viejos pobladores de la zona. Ello se debe a que los
árboles nacidos de semilla normalmente tienen un solo fuste, en tanto que los
rebrotes de árboles cortados están constituidos por varios fustes más bajos, lo
que convierte a un monte alto en otro achaparrado.
Este tipo de monte cumple una función
primordial en la conservación de las cuencas hídricas, dado que se ubica en las
nacientes de prácticamente todos los cursos de agua que tienen su origen en
nuestro territorio. Siendo que a su vez se desarrolla sobre suelos con
pendientes pronunciadas, su presencia es vital para evitar la erosión. Pese a
ello, la superficie ocupada por el monte serrano ha disminuido sensiblemente,
habiendo siendo sustituido o por praderas (salpicadas de los pocos árboles que
lograron sobrevivir) o por plantaciones de eucaliptos que afectan negativamente
el funcionamiento hidrológico de las cuencas.
Pero el monte serrano no sólo ha
disminuido sustancialmente en superficie, sino que además ha sido profundamente
modificado en cuanto a su composición de especies vegetales. Ambos procesos
(disminución en superficie y en especies) han generado a su vez graves impactos
sobre las especies de fauna que de él dependen.
Los cambios en la composición del monte
se producen normalmente por la producción de leña. Los leñadores cortan
selectivamente los árboles cuya leña es de mayor calidad (en particular
coronilla, guayabo colorado, palo de fierro, molle, etc.), dejando sin cortar
aquellos que no son buenos como combustible (como canelones, ombúes o palmas),
o que evitan cortar por temor a la alergia que pueden producir (como la aruera)
o que son arbustos (como el romerillo, la congorosa o la espina de la cruz). El
resultado es que en el monte comienzan a predominar las especies no cortadas y
a desaparecer o disminuir sensiblemente las más buscadas, con lo que resulta un
monte empobrecido en especies vegetales y que por ende conlleva modificaciones
en las especies de fauna que lo pueblan.
Sin embargo, es importante señalar que
tanto la flora como la fauna que lo componen tienen una gran capacidad para
regenerarse en la medida en que la presión humana y ganadera disminuye. En
efecto, normalmente alcanza con que un establecimiento agropecuario sea
abandonado durante algunos años para que empiecen a reaparecer y aumentar las
poblaciones de vegetales y animales que lo caracterizan, entre las que por
ejemplo se encuentra el pequeño venado guazubirá.
El
monte de quebrada
En Uruguay existen numerosas quebradas
que se extienden desde el norte hasta el sureste. Se trata de valles profundos
excavados por cursos de agua, con paredes rocosas de pendiente muy pronunciada
y a veces casi verticales. El ambiente húmedo, con menor luminosidad y
protegido de los vientos determina un microclima muy particular que a su vez da
lugar a un tipo de monte con características propias. Los árboles son aquí
mucho más altos y con mayores diámetros, pese a que en general se trata de las
mismas especies que en otros tipos de montes adquieren dimensiones menores a
las que aquí alcanzan. Es así que se encuentran árboles de más de 20 metros de
altura y diámetros que superan el metro. Su composición es también diferente,
con predominancia de varias especies de laureles, guaviyú, palo de jabón,
azoita cabalho y guayabo, que descollan por su tamaño.
Otra característica que lo diferencia de
los demás tipos de monte es que la vegetación se dispone en varios estratos en
el plano vertical. En el estrato superior se ubican algunas de las especies
mencionadas en el párrafo anterior, con una altura promedio de 15 a 20 metros.
Por debajo hay un segundo estrato, con alturas de 5 a 7 metros, compuesta por
especies de menor talla como el plumerillo, blanquillo, chal chal, naranjillo y
otros. Finalmente, a nivel del suelo es común la presencia de distintas
especies de helechos, entre los que en algunos casos aparece el helecho
gigante. Uniendo los tres estratos se encuentran numerosas plantas trepadoras y
epífitas.
Es éste probablemente el tipo de monte
mejor conservado del país, en gran medida debido a las dificultades que implica
su explotación por lo escabroso del terreno. Es además uno de los más
atractivos del punto de vista turístico, ya que el monte se encuentra en un
ambiente muy diferente al del resto del territorio, con cursos de agua caracterizados
por la presencia de numerosas cascadas y los altos murallones de piedra que los
bordean.
Bosque
y matorral espinoso psamófilo
Este tipo de monte se desarrolla en el litoral platense y oceánico
del país, desde Colonia hasta la frontera con Brasil. En el litoral oceánico se
encuentra a cierta distancia del mar (nunca a menos de 600 metros), al
resguardo de los médanos, debido a los fuertes vientos y salinidad reinantes,
en tanto que en el litoral platense el monte se aproxima más a la costa,
ubicándose en el primer cordón de médanos, a unos 100 metros del agua.
Se trata de un monte relativamente bajo,
conformado por árboles, arbustos, tunas, hierbas, enredaderas y epífitas. Si
bien su composición de especies no difiere sustancialmente de la de los montes
ribereños y serranos del sur, “por su particular asociación y localización,
constituyen formaciones únicas en la región” (Alonso y Bassagoda, 1999). Entre
los árboles destacan el canelón, molle, aruera, coronilla, tala, arrayán y chal
chal, pero también son típicas especies como las tunas, la espina de la cruz y
la envira. Estas tres son particularmente importantes para asegurar la supervivencia
de este tipo de monte.
En efecto, el monte psamófilo está en
grave peligro de desaparición por varias razones. En primer lugar porque, a
diferencia de otros montes del país, le ha resultado muy difícil resistir a la
acción combinada del ser humano y el ganado. Ello se debe a que se trata de un
ecosistema en equilibrio muy inestable por las peculiaridades del sitio que
ocupa, caracterizado por arenas móviles, fuertes vientos, recalentamiento de la
arena, elevada salinidad en el aire. Sin embargo, salvo en las zonas más
turísticas, ha logrado sobrevivir gracias a las tres especies que mencionábamos
en el párrafo anterior. En efecto, prácticamente la totalidad de estos montes
han sido cortados por lo menos una vez. Los árboles indígenas rebrotan luego de
cortados, pero el ganado se va comiendo los rebrotes, por lo que impide su
crecimiento. Y aquí es donde entra a jugar su papel la envira, que no es
consumida por el ganado. Dado que se trata de una planta bastante extendida
horizontalmente, protege del ganado a las plantas de otras especies que nacen
entre su follaje, por lo que asegura así la supervivencia de las otras especies
del monte. Un papel similar es cumplido por la espina de la cruz y las tunas,
que con sus espinas no permiten que el ganado pueda comerse las plántulas de
otras especies.
Pero si bien la tala para la obtención de
leña y el pastoreo han sido dos factores negativos muy importantes para la
conservación de este tipo de monte, el principal problema ha estado (y sigue
estando) constituido por el desarrollo turístico, en particular en el este del
país. En muchos de los actuales balnearios, la división en solares fue a menudo
precedida por la plantación de pinos y acacias para contener el movimiento de
las dunas. Esas y muchas otras especies introducidas ahora se reproducen
espontáneamente y han invadido prácticamente toda la costa, ocupando así el
espacio que le corresponde a este tipo de monte. Al mismo tiempo, la creación
de balnearios implicó la construcción de carreteras, ramblas, calles y
viviendas, que seguramente acabaron definitivamente con los pocos montes que
allí quedaban.
Los remanentes que se han salvado siguen
corriendo grave peligro, ya que se encuentran ubicados en zonas de alto valor
económico debido a su potencial para el desarrollo urbanístico para el turismo.
Urge entonces la adopción de medidas para asegurar la conservación de este tipo
de monte, que sólo se desarrolla en nuestro país.
Formaciones
especiales dentro del monte cerrado
Según la predominancia de algunas especies,
el monte recibe distintas denominaciones. Es así que se distinguen los
“ceibales” y carobales”, en los casos en que predomina el ceibo o el carobá.
Sin embargo, en su mayoría forman parte de algún tipo de monte cerrado dentro
del cual forman grupos casi puros.
Hay un caso que merece claramente ser
destacado y es el monte de ombúes, por tratarse también de un caso único en el
mundo. En el país existen varios montes de ombúes, siendo el más conocido y a
la vez el más extenso el de la laguna de Castillos. Si bien está acompañado de
otras especies como coronilla, tala, chal chal, ceibo y otras, la especie
predominante es el ombú, que alcanza diámetros muy gruesos y cuyas concavidades
sirven de refugio a especies de la fauna nativa.
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